Germanina. Política y Espionaje
En la confluencia de los siglos XIX y XX una de las principales barreras de la expansión europea en África eran las enfermedades tropicales. En la enfermedad del sueño la gravedad, la ignorancia y la leyenda eran los ingredientes del pánico de exploradores y soldados. Aunque su máxima incidencia se daba en las areas de influencia que Alemania acababa de perder, conocida la etiología, Ehrlich estuvo interesado en la búsqueda de tripanicidas de donde surge el rojo tripan (¡Ehrlich siempre ligado a los tintes!). Además recibe información sobre los éxitos de dos investigadores de la Escuela de Medicina Tropical de Liverpool con un derivado arsenical llamado atoxil que infravalora porque “tratándose de ingleses…” Pero al poco tiempo se enteró de que Robert Koch también lo estaba probando en África. Esto cambia las cosas porque “si Koch lo usa….” Rápidamente da un giro a sus investigaciones y con Bertheim ensaya el atoxil, lo modifica, vuelve a ensayar, busca nuevos modelos, piensa en un microorganismo parecido, la espiroqueta sifilítica, llega al 606… en fin, la historia conocida. Pero tras la 1ª Guerra Mundial, ya fallecido Ehrlich, se reactiva el interés por el tema inicial. Investigadores del Instituto Rockefeller, de la Universidad de California, de Liverpool y del Instituto Pasteur trabajan intensamente con aportaciones interesantes en las encefalitis (enfermedad del sueño y sífilis), amebiasis, parasitosis intestinales, etc. Aparecen nuevos fármacos como triparsamida, estovarsal, carbasón, mefarseno, exilresorcina, chaulmogra, tincol, naftol o tetracloruro de carbono.
En este contexto un rumor, casi como un escalofrío, recorre Europa. ¡En el laboratorio de Medicina Tropical de Hamburgo se ha encontrado un tratamiento mágico, eficaz para las enfermedades tropicales!. Pero era solo un rumor y el resto de Europa se mantiene a la expectativa en la seguridad que, como había ocurrido otras veces, los alemanes lo mantendrían en secreto hasta que tuvieran controlados los ensayos microbiológicos y clínicos y la comercialización.
Un químico francés publica haber tenido conocimiento que la nueva droga alemana sería específica contra la enfermedad del sueño. Enterados en la Oficina Colonial inglesa se envía una petición a la metrópoli de no escatimar esfuerzos en obtener la droga alemana o una de fabricación nacional. No hay que olvidar que en 1920, los nuevos colonizadores que sustituyen a los alemanes chocan con la realidad africana.
Inesperadamente desde Hamburgo se comunica: “Hemos perfeccionado una nueva droga que hasta la fecha parece ser un remedio específico contra la enfermedad africana del sueño, la hemos llamado Bayer 205 o Germanina. Por el momento no estamos preparados para publicar la fórmula”.
Europa quedó estupefacta. Francia e Inglaterra exigen información completa, critican el comportamiento alemán y se ponen sobre la mesa de discusión argumentos sobre los recientes enfrentamientos bélicos. Un político llegó a explicar en público ¡La germanina es la llave del África tropical y por tanto la llave de las colonias. Debe exigirse al Gobierno la salvaguardia de este descubrimiento para Alemania. Su valor es tal, que el principio de compartirlo con otras naciones debe estar condicionado a la restitución a Alemania de su imperio colonial”. El titular de la noticia estaba servido para los países aliados: “Alemania exige las colonias a cambio de su droga secreta”.
Los alemanes mantuvieron su postura de no patentar el producto y seguir ensayando hasta mayor seguridad. Dan a entender sus razones: Norteamérica se había apropiado durante la guerra de todas las patentes alemanas y la Bayer quería resarcirse del esfuerzo financiero de la investigación. Una circunstancia cambia la situación. Tras probar la inocuidad en los animales, el primer paciente tratado fue ¡un inglés! que volvía de África con la enfermedad del sueño prácticamente desahuciado y curó en Hamburgo.
Se suavizaron las posturas y los alemanes aceptaron enviar la droga necesaria con la condición de que bajo palabra de honor no intentaran analizarla. Tremenda ingenuidad, les faltó tiempo a ingleses en los laboratorios de la “British Dyestuffs Corporation” y franceses (laboratorio de farmacología del Instituto Pasteur de París) para comenzar a desentrañar el secreto.
Fourneau en el Pasteur logró disponer, nadie sabe cómo, de media milésima de onza de germanina para resolver un enigma valorado en cientos de millones de dólares. La cantidad era insuficiente para un análisis comparativo normal por lo que hizo falta establecer una estrategia. Ante la sospecha de que no fuera tan nueva como los alemanes decían, todo el equipo del Pasteur se dedicó a revisar miles de patentes alemanas desde 1910, hasta encontrar una registrada en 1914 que se indicaba eficaz para la enfermedad del sueño. Los ingleses colaboraron en la investigación informativa señalando las posibles formulaciones químicas. Se resolvió descartar cientos de ellos y ensayar unas veinticinco. Una de las sustancias, la mas probable, tras compararla con la muestra de referencia se vio que tenía el mismo aspecto, igual color, punto de fusión, peso molecular y propiedades biológicas. Fourneau había identificado la germanina y como trofeo personal le dio el nombre de “Fourneau 309”.
Al principio los alemanes se negaron a reconocer la identidad de lo encontrado por los franceses. Tremendo error, porque el debate dio a Fourneau un tiempo precioso para patentar “su” producto en varios países. Cuando Alemania protestó ya era tarde.
Quince años mas tarde la historia se repetiría cual se hubiera calcado. Los mismos escenarios, IG Farbenindustrie-Bayer y el Instituto Pasteur de París. El héroe oficial alemán del momento era ahora Domagk, el producto a guardar en el mayor de los secretos el prontosil. El otro protagonista, el mismo de la germanina, Ernest Fourneau ayudado ahora por Levaditi y los esposos Trefoüel. El guión era prácticamente el mismo y los resultados fueron también similares.
Pero historias similares podríamos reproducir con otros fármacos. Los “espionajes”, guerras de patentes, conflictos de intereses, etc., se vivieron también con la penicilina aunque la mayoría de los datos hayan quedado en la “rebotica” y se presenten mas bien como una historia romántica su descubrimeinto y desarrollo.
Un ejemplo muy reciente lo tenemos con el antigripal oseltamivir de Roche. Invito al lector de periódicos a recordar las noticias sobre las reservas de la patente, las presiones de la OMS, las amenazas de producción “pirata” de algunos países etc y podrá recomponer otra historia parecida más.
J. Prieto Prieto.