Para contribuir a la celebración del xxx aniversario del I Symposium Internacional sobre Antibióticos y Medicina Hospitalaria celebrado en la Clínica Puerta de Hierro de Madrid en noviembre de 1968, la comisión organizadora del acto, en concreto el Prof. Diego Dámaso, me sugirió que hablase sobre los microbiólogos españoles en los últimos 60 años, periodo de tiempo excesivamente dilatado y difícil de resumir en breve espacio de tiempo, pero intuyo que la idea del Prof. Dámaso no era que hiciese una revisión exhaustiva sino que intentase recordar y destacar aquellas figuras, más o menos relacionadas conmigo, con las que me unieron lazos afectivos.
Voy a dividir mi exposición en dos partes: la primera, los aproximadamente 40 años vividos por mí en activo; la segunda, unos 20 años que me sorprendieron "fuera de juego", ya que me jubilaron en 1979 a los 70 años.
Retrocediendo 60 años nos encontramos en plena guerra civil, yo con 29 años, con mí quinta movilizada, prestando servicio en un hospital militar en Madrid. Ni qué decir tiene que dada la situación reinante del momento la Microbiología pasó a segundo término, quedando virtualmente anulada.
Sin embargo, les puede interesar a alguno de ustedes que cite, aunque sea de paso, los centros anteriores a la contienda donde se reunía en Madrid "la flor y nata" de la microbiología de la epoca. Me refiero al Centro Nacional de Higiene Alfonso XIII, dirigido por las personalidades más destacadas, como D. Santiago Ramón y Cajal y, a su muerte, por D. Fernando Tello. En él figuraban los nombres de Ruiz Falcó, Rodríguez Illeras, Luengo, Luis Nájera, José Román Manzanete y Ramón (hijo de D. Santiago), junto a los parasitólogos Gustavo Pitaluga y Sadí de Buen, iniciadores de la lucha antipalúdica en España; el primero de ellos fue después catedrático de la especialidad en la Facultad de Medicina de Madrid. Otro centro importante era el Instituto Nacional de Sanidad, independiente del anterior aunque íntimamente relacionado con él, ya que sus cuadros se cubrían con personal formado en el Alfonso XIII.
Terminada la guerra, la microbiología española sufrió un grave colapso ya que, de las figuras mencionadas, unos habían desaparecido, otros estaban jubilados y gran parte eligió el exilio. A pesar de ello, otros centros, tambien anteriores, reanudaron su actividad, entre ellos el Hospital del Rey, el Instituto de Investigaciones Médicas de D. Carlos Jiménez Díaz y la Escuela Nacional de Sanidad, dirigida entonces por Clavero del Campo, los tres en Madrid; el Hospital de Enfermedades Infecciosas Nuestra Señora del Mar y la Escuela de Patología Médica de D. Agustín Pedro y Pons, en Barcelona; el Instituto de Parasitología López Neira en Granada; y la Cátedra de Micología del Prof. Pereiro en Santiago de Compostela.
No quiero dejar de mencionar entidades que, aunque tenían una finalidad comercial, dieron albergue a distinguidos microbiólogos y desempeñaron un papel importante en el suministro de productos biológicos. Me refiero al Instituto de Seroterapia, fundado por D. Vicente Llorente y dirigido después por los hermanos Mejías, y al Instituto de Biología IBYS, cuyo director fue D. Gonzalo Urgoiti, muchos años presidente de la Sociedad Española de Microbiología (SEM).
Del Hospital del Rey, aparte de su director D. Manuel Tapia, la figura más relevante para nosotros era D. Gregorio Baquero Gil, iniciado en el Alfonso XIII, jefe del Departamento de Microbiología desde 1934, donde permaneció hasta 1980, diez años despues de su jubilación oficial. Le conocí siendo yo estudiante en prácticas de enfermedades infecciosas. En el transcurso del tiempo nuestra relación fue esporádica, aunque se estrechó cuando la SEM le encargó la organización de una mesa redonda sobre microbiología de las meningitis. En ella participamos varios, entre ellos Fadón González, Chico, Luis Valenciano y Julio Casal. Para ultimar detalles de la misma me solía citar en su casa, a última hora de la tarde, donde tuve el placer de poderle escuchar, largo y tendido, sobre diferentes temas, dada su extensa cultura.
Como era de esperar, durante la guerra hizo su aparición en los frentes el tifus exantemático, pero terminada ésta (1940-1942) se declaró una gran epidemia en la población civil de Madrid, con su nucleo principal en Vallecas, que con esa gracia irónica del pueblo madrileño fue bautizada con el nombre de "enfermedad del piojo verde" . En su control tuvo parte importante el Centro de Higiene local, dirigido por Luis Nájera, así como el Hospital del Rey. Durante ella conocí a un joven microbiólogo del Cuerpo de Sanidad Nacional llamado Florencio Pérez Gallardo, autor del aislamiento de una raza atenuada de Rickettsia denominada E (de España), que se conserva para posibles fines vacunales. Merece la pena destacar aquí la importante labor desarrollada por la Fundación Rockefeller de EE.UU., que envió una comisión dirigida por el Dr. Snayder para iniciar la vacunación de la población civil con una vacuna preparada por la técnica de Cox.
Posteriormente, Pérez Gallardo cambió su rumbo a la virología y después de su estancia en EE.UU. estableció un departamento en la Escuela Nacional de Sanidad, y más tarde, junto con sus colaboradores Rafael Nájera y Luis Valenciano, fue el iniciador del Centro Nacional de Virología de Majadahonda.
De las escuelas de patología médica con interés por las infecciones destaca la de Pedro y Pons, que con sus colaboradores Farreras Valentí y Amadeo Foz Tena fueron coautores del magnífico tomo VI de Patología publicado en 1950, modélico en su tiempo.
Con Foz me unió una gran relación en 1949, dado el interés de nuestras escuelas por el estudio de las endocarditis infecciosas, que motivaron a la Sociedad Española de Cardiología para la celebración de dos congresos, en Madrid y Barcelona, donde se llegó a un mejor conocimiento de esta enfermedad. Foz fue un microbiólogo fuera de serie. Los que le conocieron le recordarán llevando la voz cantante en las reuniones. Fue gran conocedor y un poco maniático de la taxonomía microbiana. Organizó la Universidad Autónoma de Barcelona, en cuya Facultad de Medicina desempeñó la dirección del Departamento de Microbiología hasta su muerte.
El Instituto de Investigaciones Médicas de D. Carlos Jiménez Díaz inició su andadura en 1935 en la Ciudad Universitaria, aunque por los avatares de la guerra tuvo que replegarse, sólo temporalmente (10 años), a un local en el barrio de Pacífico. De sus cinco departamentos, el de microbiología e inmunología fue fundado y dirigido por Emilio Arjona, formado en los mejores centros de Alemania (Altona, Heidelberg, Rostok, Hamburgo) y Dinamarca (Copenhague), introductor del concepto de microbiólogo clínico y uno de los principales puntales de la futura Fundación. Diseñó minuciosamente el departamento que hoy lleva su nombre, pero que no llegó a inaugurar ya que le sorprendió la muerte en 1954, a los 52 años de edad.
Siempre he lamentado no haber conocido personalmente a Manuel Moreno López hasta 1964, fecha de la inauguración de la Clínica Puerta de Hierro y momento en que se inició entre nosotros una corriente de simpatía y amistad. Él me relató que fue discípulo de José Román Manzanete, con el que le unía gran amistad. En su célebre comunicación del género Bordetella al Congreso Nacional de Pediatría de 1952 en Barcelona, figura como perteneciente al Departamento de Microbiología del Laboratorio VIR. He pensado siempre que, si importante fue su labor en lograr la segregacion del género Bordetella, no fue menos su mérito en hacerse oír fuera de España y más tarde aprobar su tesis, como queda constancia en las citas del Manual de Bergey, con fecha de 1952.
Moreno fue hombre bueno y generoso. Reunía entre sus muchos méritos el ser uno de los mejores conocedores de los antibióticos en su tiempo y pionero en la organización de las comisiones de higiene hospitalaria y el uso de antibióticos en este medio.
En el simposio que hoy conmemoramos figuraba como secretario de la comisión organizadora, aunque me consta que fue el alma del mismo, junto con sus colaboradores de entonces Diego Dámaso, Evelio Perea, Adelaido Rodríguez-Cobacho y María Santos.
Le recuerdo con especial cariño cuando en 1970, en la recién fundada Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, juntos iniciamos la enseñanza de la microbiología al incorporarse a ella nuestros dos hospitales: Clínica Puerta de Hierro y Nuestra Señora de la Concepción.
A partir de los años 1960, con la creación del sistema MIR, la promulgación de la Ley de Modernización Hospitalaria, la sucesiva creación de las grandes instituciones de la Seguridad Social, las nuevas cátedras universitarias de microbiología y el Centro Nacional de Virología de Majadahonda, se inicia la etapa más florida de esta disciplina, que ha ido superándose merced a las ayudas prestadas por entidades públicas y privadas en forma de concesión de becas, estancias, viajes al extranjero y ayudas a la investigación. Desde aquella modesta Junta de Ampliación de Estudios de los años 1930, pasando por el British Council, la Fundación del Amo, Dogerthy, Rábago de Jimenez Díaz, etc., hasta la llegada del Fondo de Investigaciones Sanitarias (FIS) en 1982, sin olvidar tampoco la ayuda prestada por la industria farmacéutica y algunas sociedades científicas como nuestra querida SEIMC.
Me quiero detener aquí a sabiendas de que no he cumplido todo el tema sugerido, aunque hemos recorrido, de forma panorámica, más de 40 años. Como mencioné al principio, los últimos 20 años me han sorprendido jubilado, por lo que renuncio a mencionar la gran pléyade de figuras actuales, mucho mejor conocidas por ustedes que por mí. De haberlo intentado me hubiese creado un difícil problema, posiblemente tedioso para ustedes y desde luego comprometido.
Como punto final quiero agradecer profundamente el haber podido estar aquí recordando a nuestros predecesores y el poder manifestar, como microbiólogo nonagenario, mi gran entusiasmo y admiración por el alto nivel actualmente alcanzado por la microbiologia clínica española.
Madrid, 20 de noviembre de 1998