Asociaciones comercializadas de antibióticos
Tradicionalmente el hombre, ante una enfermedad grave, tiende a cubrir su incertidumbre, cuando no su ignorancia, con todos los remedios a su alcance. En el caso de las infecciones esto sigue en vigor, pues antes no se conocía el agente causal y actualmente… con frecuencia tampoco. Hoy día se añaden algunos argumentos para asociar antimicrobianos como: Hay que evitar la selección de resistencias que llevarían al fracaso terapéutico (2 ó más antibióticos la reducen); Algunos antibióticos indicados son eficaces pero tóxicos; la asociación con otro sinérgico, permite rebajar la dosis aumentando la tolerancia.
Es lo que ocurre con la brucelosis, tuberculosis, infecciones graves, infecciones respiratorias o SIDA por ejemplo. A lo largo de la historia, la farmacia ha pretendido facilitar las cosas ofreciendo las asociaciones preparadas. Solo en algunos casos está justificada. Lo deseable es que el médico en estos casos personalice el tratamiento ajustando las pautas de los antibióticos por separado.
Desde tiempo inmemorial se han venido utilizando remedios, generalmente vegetales, para el tratamiento, de las infecciones. La polifarmacia era la forma habitual de tratamiento aumentando el número de remedios según la gravedad del proceso. En tiempos de Galeno ya se había generalizado el uso de la triaca especialmente indicada para el aire putrefacto, los venenos y la peste. La famosa receta llevaba más de 50 ingredientes (vino, miel, cebolla y otros muchos) y fue elaborada por Andrómaco, médico de Nerón. Aunque sufrió ciertas variaciones con el tiempo, gozó de gran predicamento, hasta ¡mediados del siglo XIX!. Ya le gustaría a la industria farmacéutica que sus preparados tuvieran tan larga vida. El competidor “comercial” más importante para la peste fue el mitridato, aunque éste, que tenía una composición similar se utilizaba para mas indicaciones. Pasada la Edad Media, surgieron otros serios competidores. Es el caso de las píldoras (con azafrán, mirra y/o aloe), o el bolo arménico ya citado por Galeno. En general siempre se preparaban “pócimas” con todos los remedios que se tenía a mano.
La preparación de fórmulas magistrales a petición del medico permitió a éste asegurar tratamientos con varias sustancias en el siglo XIX y buena parte del XX. Pero la aparición del salvarsan, prontosil, penicilina, estreptomicina etc. abrió el camino a los específicos. Se podía tratar la sífilis, la sepsis estreptocócica, la tuberculosis etc. ¡con una sola sustancia! Esta situación duró poco. Los fracasos terapéuticos por las resistencias, las dificultades diagnósticas y el creciente arsenal terapéutico, rápidamente volvió a cambiar el sentido terapéutico usándose por doquier asociaciones de antibióticos. Pacientes con procesos incipientes que dificultaban el diagnóstico correcto exigían del médico la “droga milagrosa” inmediata. Por los años 60, explican muy bien la situación varios dichos populares como “los errores diagnóstico los tapa el médico con varios antibióticos” “dos mejor que uno” o “farmapen y no mires a quien”. El Farmapen® era un magnífico preparado que llevaba en su composición penicilina G sódica (100.000 UI), Penicilina G procaina (300.000 UI) y dihidroestreptomicina (1gr).
El efecto sinérgico de penicilina y estreptomicina lo hacían especialmente eficaz para numerosos microorganismos. Fue un fármaco muy eficaz frente a la fiebre reumática y otros procesos frecuentes y graves. Raro era el laboratorio que no tenía algún preparado de penicilina-estreptomicina.
Mas llamativos, por su composición, eran los preparados no absorbibles como por ejemplo el “sulvitan®” entre tantos otros, que contenía neomicina, yodo, cloro oxiquinoleina, fatadilsulfametiazol y además tanato de albúmina y pectina y se indicaban para todo tipo de diarreas infecciosas. Con esta misma indicación se disponía del “Bio-Hubber®” que llevaba neomicina, estreptomicina, bacitracina, sulfanilamidopirimidina, vitamina K y peptina. Algunos como el “Banedif®” indicado para infecciones respiratorias llevaba bacitracina, neomicina y tirotricina y además clorbutol fenilefrina y excipientes varios.Otro ejemplo a base de sulfamidas era el “Sulfa-Powel®” que llevaba: sulfametoxipiridacina, sulfamidodiacina, sulfamidomeracina y sulfamidometacina, indicado para amigdalitis, septicemia, ántrax etc.
Algunos fármacos rayan en la temeridad al asociar tetraciclina, cloranfenicol, una penicilina y un macrólido además de corticoides, balsámicos etc con indicaciones para bronquitis, sepsis, brucelosis y además ¡sarampión, varicela etc.¡.
Algunas asociaciones del tipo citado de la penicilina-estrepto, se consolidan como clásicas a lo largo del tiempo por su eficacia. Recuerdo especialmente el “flagil” (metronidazol más espiramicina) útil en infecciones bucales por anaerobios o el “fansidar” (sulfadoxina más pirimetamina) muy activo en paludismo amén del cotrimoxazol (trimetoprim sulfametoxazol en la preparación 1-5) uno de los fármacos mas utilizados en el mundo.
La proliferación abusiva de preparados de este tipo, aparte de irracionales e inseguras restan capacidad al médico para elegir las pautas mas adecuadas. Por ello se prohíben por decreto ley todos ellos, excepto los de probada eficacia como los citados mas arriba (flagil, fansidar o cotrimoxazol por ejemplo) que paradójicamente siguen en uso actualmente.
Podríamos pensar que las asociaciones estaban condenadas a su extinción. Sin embargo a las citadas antes, que gozan de buena “salud” se unen algunos como “Augmentine®” nombre también genérico de amoxicilina-clavulánico, “Unasyn®” (ampicilina-sulbactan), “Tazobac®” (piperacilina-tazobactan) y los mas novedosos, los tratamientos del SIDA que, para facilitar el cumplimiento terapéutico lleva en cada presentación 3 o mas antirretrovirales. Para su desarrollo, antes ha sido preciso garantizar, como mínimo la farmacocinética similar de los antimicrobianos que se asocian y la ausencia de antagonismo.
No he citado las asociaciones en los preparados de uso tópico. Constituyen otro mundo del que me ocuparé en otra ocasión.
J. Prieto Prieto.