Actores secundarios

De la primera época es fácil encontrar referencias de Ehrlich, Fleming, Domagk, Waksman, Dubos, Florey, Chain, etc. De la última época, es casi imposible personalizar el éxito en ningún investigador. Son las firmas farmacéuticas las que se llevan la gloria y los beneficios. Hoy día es frecuente que, como en la fabricación de aviones, se produzcan los antibióticos en diferentes sitios (investigación microbiológica, farmacológica, clínica, producción, purificación, envasado etc.) y se “ensamblen” luego donde convenga. ¿Se ha terminado el romanticismo terapéutico?.
Pero ¿Y los demás protagonistas? ¿Quienes eran y qué fue de ellos? Me refiero a los médicos que ensayaron los antibióticos y las enfermeras que ayudaban a los médicos entre otros. Y sobre todo los pacientes. Éstos han sido siempre los grandes olvidados y a ellos me gustaría dedicarles este capítulo como un pequeño homenaje.

 

En la última época los protocolos de recogida de datos con la correspondiente confidencialidad han llevado a los pacientes a un absoluto anonimato en la historia de cualquier nuevo antibiótico. Pero la primera etapa de la historia estuvo teñida de un intenso romanticismo con algunos inevitables negros nubarrones y algunos “actores secundarios” que han pasado a la historia.
 

En el campo de las vacunas tenemos más constancias que en el de los antimicrobianos. Recordemos a Lady Montagu, esposa del embajador inglés en Turquía que introdujo, mas bien popularizó, la variolización en las cortes europeas a través de la práctica en sus hijos de uno de los métodos orientales. Después Jenner inició la vacunación (antivariólica) inoculando a James Philis, hijo de un empleado suyo, las costras de una ordeñadora Sarah Nelmes, que padecía la enfermedad de los nódulos de los ordeñadores.

 

El protagonismo de Carlos IV, Balmis y Salvany, de la expedición Balmis, para variolizar a los españoles en América (luego se diría que también a los indios) puede pasar a la crónica negra de la historia al utilizar a hospicianos, algunos pequeños de no mas de 3 años, para, por inoculación brazo-brazo, poder mantener las costras para la inmunización. Bastantes murieron en la expedición y sus nombres y sus maestros figuran en los archivos, incluyendo la directora del hospicio de la Coruña que les acompañó en la expedición.

 

Otro nombre ligado a la historia de las vacunas es Joseph Meister, el niño que, mordido por un perro rabioso, fue vacunado por Pasteur. Ya de mayor se quedó a trabajar de mozo de laboratorio al lado de Pasteur. Tras su muerte se encargó de la conservación de su tumba y a su lado se suicidó cuando entraron las tropas de alemanes en París en la 2ª Guerra Mundial.

 

En el campo de la quimioterapia podemos destacar a la persona de la condesa de Chinchón, ilustre enferma, esposa del Virrey del Perú que, tratada con la corteza de quina de sus fiebres palúdicas, fue la responsable indirecta de la difusión de la quina en Europa, aunque ella murió de paludismo antes de llegar a España. Raro fue el rey o príncipe de la época que no se pudiera incluir en la lista de ilustres pacientes tratados con chinchona como se llamó después a este antipalúdico.

 

En los preludios de la quimioterapia antibiótica, uno de los grandes impulsores fue Lister, cirujano muy debatido que, creyendo mas en los avances científicos de Pasteur que en las críticas aceradas de sus colegas, inició el tratamiento de las bacterias de las heridas. Paradójicamente se quedó en la superficie, en el tratamiento con antisépticos, pero abrió brecha a los que venían con la “bala mágica”. En la historia de la cirugía se recordará el niño de 11 años, Jaimie (no se conoce el apellido), que el 12-8-1865 ingresó con la pierna izquierda aplastada por un carro y con fractura abierta. El pronóstico era muy grave; tras reducir la fractura cubrió la herida con un vendaje empapado en ácido carbólico concentrado. El equipo quirúrgico esperó la inevitable aparición de fiebre, dolor, olor nauseabundo y pus. Al retirar el vendaje al 4º día la herida ¡estaba curando!. Al mes y medio milagrosamente Jaimie fue dado de alta. La historia de Jaimie fue tan impactante que se generalizó el uso del fenol hasta el punto de  hacer expresar a G. Bernard Shaw: “Este fin de siglo apesta a ácido fénico” (olor de hospital). Por la misma razón, el fin del siglo XX “apestaría” a antibióticos.

 

La historia de las sulfamidas está ligada a Domagk no solo por su descubrimiento, sino por un episodio menos conocido. Su padre había muerto unos años antes por una sepsis estreptocócica. Su obsesión por los estreptococos pudo salvar a su hija Hildegarde que se clavó una aguja, haciendo inmediatamente una infección aguda: una celulitis con inflamación, dolor, evolución rápida y mal pronóstico. A la desesperada le aplicó el prontosil rojo que estaba estudiando. La niña adquirió un brillante color rojo de piel por el “tinte” farmacológico pero curó. Por esta historia, contada en los periódicos de la época, lo consideraron como un héroe y le dio más popularidad que sus trabajos.
 

No ha habido ilustre personaje que se haya librado de padecer infecciones y por tanto de haber recibido antimicrobianos desde su descubrimiento. Por su impacto mediático cito el caso del hijo de Franklin Roosvelt tratado con sufanilamida o el de W. Churchil con penicilina.
Fleming para su “inexperiencia” clínica reclutó enfermos de su entorno: Craddock, Rogers (colaboradores) y el empleado Harry Lambert, de una empresa de un familiar, al que curó de una meningitis con la penicilina de Florey.
Dos pacientes se identifican, en el protocolo de investigación de la penicilina (por el equipo de Florey. La Sra. Akers por un cáncer terminal, que estaba deshauciada y en los últimos días de su vida fue la primera enferma como caso preliminar, tratada con el antibiótico. Naturalmente murió pero aportó datos interesantes al estudio de Florey.
El otro personaje fue Albert Alexander caso número 1 de la publicación del grupo de Oxford de 1941. Se trataba de un policía en estado crítico por una infección piógena generalizada, que había requerido la enucleación de un ojo unos días antes. Le inyectaron varias dosis de penicilina observando una notable mejoría. Sin embargo la carestía de antibiótico les obligó a recoger la orina para, una vez separada, poderle inyectar mas penicilina. Desgraciadamente fue disminuyendo la dosis total a la vez que iba empeorando y acabó por fallecer. Por un lado, este rudimentario sistema para recuperar la penicilina les permitió conocer mejor la farmacocinética y observar que la penicilina iba siendo purificada a medida que se recogía de la orina, tolerándose cada vez mejor por lo que algunos efectos secundarios se deberían a impurezas y no al antibiótico.
Sin embargo fue motivo de todo tipo de chanzas en periódicos e incluso en la Universidad. Un profesor llegó a decir: “Ya habréis de oír algo acerca de la penicilina, notable droga que se desarrolla en un orinal de cama y se purifica a través del cuerpo de Policía de Oxford”. Fue un aviso para cuidar en el futuro la confidencialidad de los enfermos.

 

En España también hizo historia la penicilina aunque de otra forma. El día 10 de marzo de 1944 llegaron a España los envíos de penicilina por 2 vías diferentes. Se pretendía salvar dos vidas, una en Madrid y otra en La Coruña. El primer envío había salido de Río de Janeiro 8 días antes con escala en Guinea portuguesa, Casablanca y Lisboa desde donde la trajo el embajador brasileño Mario Pimentel Brandao en el “Lusitania Express” hasta la estación de Delicias. Fue un regalo del gobierno brasileño que costó 15.000 dólares de entonces. La “actriz secundaria”, la niña Amparito Peinado que vivía en la calle Andrés Mellado nº 4. El practicante D. Victor Cabrerizo fue el encargado de administrar las inyecciones a la niña que al final no pudo superar la enfermedad.

 

Simultáneamente, quizás un poco antes, las tropas norteamericanas del norte de África enviaron 400.000 U de penicilina a la Coruña vía Gibraltar, para intentar atajar una grave endocarditis de un ingeniero de minas de Wolframio cuyo nombre no se reveló y que tampoco pudo superar la infección. Su médico, D. Rafael Fernández Obranza, un tanto escéptico, comentó que no era muy consciente de la importancia que había de tener aquel fármaco, pero le llamó la atención la guerra mediática desatada en torno a si fue Madrid o La Coruña donde primero se utilizó la penicilina en España. La publicidad en España de la penicilina milagrosa, a pesar de los resultados citados estaba hecha.
Unos meses mas tarde veraneando en Santander, El Prof. Jiménez Díaz pasa a ser protagonista, pero ahora como enfermo. Padece una pulmonía bilateral grave y las sulfamidas administradas no le hicieron efecto. Los doctores Alés y Lorente fueron los encargados de comprar en Madrid, en el bar Chicote (Gran Vía) la penicilina (2 frascos de un millón de U) de contrabando a precio de oro, según oí relatar al Dr. Alés hace muchos años. El estraperlo con penicilina, al que las autoridades hacían la “vista gorda” proliferó entre los artistas, sobre todo los toreros.

 

Todavía podríamos referirnos a otros “actores”, muy ilustres éstos, sin los cuales la mayoría de las investigaciones habrían quedado a medio camino. Me refiero a las instituciones de Mecenazgo. Aparte de las instituciones oficiales y de las aportaciones de la industria más o menos interesadas, algunas se personalizan en sus fundadores. Se puede destacar: La Fundación Alfred Nobel que con sus premios ha impulsado el desarrollo de la Medicina. En la primera mitad de su existencia los Premios referidos a sueros, vacunas y antimicrobianos fueron mayoría. La Fundación George Speyer, banquero cuya acaudalada viuda financió la aventura quimioterápica de Ehrlich. La Fundación del banquero Rockefeller a la que se ligaron de una u otra forma los más importantes microbiólogos americanos que han trabajado en antimicrobianos (ej. Dubos). Y la moderna Fundación Bill-Gates con una extraordinaria labor en malaria y SIDA.

 

 

J. Prieto Prieto.