Antimicrobianos “españoles”

El antimicrobiano español genuino, el que más años se ha mantenido en el arsenal terapéutico, fue el antipalúdico quina o Chinchona, utilizado desde el siglo XVII.

Las guerras de ultramar y las pérdidas de las colonias, unido a las numerosas epidemias, habían sumido a España en una situación deprimente a principios del siglo XX. En Microbiología solo destacó algún caso aislado, como Jaime Ferrán. S. Ramón y Cajal había abandonado la Bacteriología para dedicarse por entero a la Histología y España esta científicamente aislada de Europa. Además llega la Guerra civil y, lo que es peor, la larga postguerra.

No podría iniciarse en peor momento para nosotros la carrera de antimicrobianos. Con tal penuria de recursos, ni penicilina se podía comprar para nuestros enfermos. Pero la ciencia y la industria española siempre estuvieron atentas al mundo de los antibióticos. Esto explica, junto a la imperiosa necesidad de disponer de antibióticos, que España fuera el primer país, tras Inglaterra, que produjo penicilina industrialmente aunque, eso si, en condiciones discutibles.

En el Laboratorio Experimental de Terapéutica Inmunógena (LETI) de Barcelona los doctores P. González, J. Suñer y F. González experimentaron en 1943 la producción de penicilina a partir del Penicillium y, por un acuerdo con Unión Química Farmacéutica SA (UQUIFA), se inicia en 1945 la producción industrial de la primera penicilina española que se llamó Penicilina LU (de Leti-UQUIFA).

Con la proverbial competición regional española, también en 1943 pero en el Instituto de Biología y Sueroterapia (IBYS) de Madrid, los doctores Urgoiti y Uriarte guiados, mas por la romántica historia de Fleming que por revisiones bibliográficas actualizadas, reprodujeron el descubrimiento de esporas de Penicilllium contaminantes y la inhibición estafilocócica La penicilina obtenida se denominó, por la inicial de sus apellidos, Penicilina U, inútil por sus impurezas, de la que lograron obtener la micoina en 1945 siendo inmediatamente fabricada para su comercialización.

Lamentablemente los problemas en ambos casos (Penicilina LU y micoina) fueron enormes por el escaso rendimiento de los sistemas de producción, la dudosa pureza, la incapacidad de atender la demanda, que hacía necesaria la importación y sobre todo, y lo mas importante, el asunto de patente. Eran tiempos de aislamiento y escasez como para reparar en pequeñeces. Pero la presión internacional se hizo axfisiante y fue precisa la intervención del gobierno. Fruto de esta intervención se inician las aventuras CEPA (Compañía Española de Penicilina y Antibióticos) y Antibióticos SA, quedando en el ámbito de CEPA  las mayores posibilidades de Investigación por sus relaciones con Merck.

La empresa Merck apadrina, con su patente, tecnología y supervisión, la producción de antibióticos por CEPA y en el año 1954 firman ambas compañías un acuerdo de investigación que resultaba extraordinariamente innovador en aquella época. Permite la incorporación a CEPA de algunos de los mejores investigadores españoles entre los que cabe citar a Rodríguez, Mata, Olay, Gallego y Mochales.

Los laboratorios farmacéuticos en los años 40-50 empiezan a encontrar en los microorganismos del suelo una fuente inagotable de sustancias y los estreptomicetos, debidamente “domesticados” son magníficos productores industriales de antibióticos. Las firmas proporcionan a sus investigadores, y demás empleados, equipos para recoger muestras de tierra, allá donde viajen. Se investigan miles y miles de muestras de todo el mundo. En CEPA se hace también, con la ventaja de nuestra ubicación mediterránea que es una de las zonas de la tierra con mas biodiversidad.

Fruto de estos programas españoles se aisló en 1966, de una muestra de tierra de Denia (Alicante) una cepas de Streptomyces fradiae productor de un antibiótico nuevo, la fosfomicina. Posteriormente (1969) se han aislado otros, mejores productores como S. viridochromogenes (también productor de avilamicina) y S. wedmorensis. Anótemos que 40 años mas tarde, tras algunos altibajos, fosfomicina se sigue utilizando en todo el mundo.

Desde 1970 Merck introduce en CEPA (España) un programa para búsqueda de antiparasitarios y poco después otro de antifúngicos, sin descuidar la búsqueda de antibacterianos.Aunque mas colateralmente que con la fosfomicina, el equipo español también colaboró en el hallazgo de cefoxitina, muy utilizado frente a anaerobios, y el de tienamicina.

La tienamicina primer comercializado de las carbapenemas, quizás los antibióticos con mas actividad intrínseca, fue descubierto a partir de un microorganismo, Streptomyces cattleya, cuyos micelios presentan un color parecido a la orquídea catleya. En su desarrollo participaron los “clásicos” españoles, Mochales, Mata y Hernández, pero también algunos otros, especialmente Isabel Martín y Mª Teresa Díaz (1979, 1981, etc.).

El Grupo Merck inició en España (1985) un programa sobre antifúngicos. Se recuperó de su colección el hongo Glavea lozoyensis aislado hacía años (1969) del agua de un charco cerca del río Lozoya que produce un potente antifúngico denominado caspofungina, de utilidad en infecciones fúngicas sistémicas. La participación española en este programa fue esporádica y escasa.

Podemos destacar que el CIBE (Grupo Investigador integrado por Mochales, Peláez, Hernández Cháscales y luego Fernández Pelaez como director) ha participado con varias aportaciones: antimicrobianos como difficidina (1987); ácido zaragócico (1990) de Sporormiella intermedia productor de una estatina; El antiparasitario paraherquamide (1990); antifúngicos como restricticina (1991), ácido barcelónico (1995), australifungina (1995) snomolides (1995) y antivíricos como quinoxapentinas (1996).

En los años 90 algunas otras empresas españolas se unen a la aventura de la búsqueda de antimicrobianos con mas o menos éxito. El campo de los azoles antianaerobios en los años 75-80 y el de las fluorquinolonas, en los años 90, constituyeron un atractivo para algunas de ellas. Pero hasta los 90 no se produce algún antifungico de relativo éxito como el sertaconazol (1992) de Ferrer o el fluticonazol de Uriach (1994).

Es preciso anotar que la producción y comercialización de un antibiótico sigue una serie de complejas y caras etapas. La participación española ha sido limitada, o testimonial en los casos citados, y por tanto los beneficios económicos escasos.

J. Prieto Prieto.